Valparaíso
- tenoch_barcelona
- 18 abr 2021
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 4 ene 2023
Aquí dormí encaramado entre la profundidad del océano y la cima de la cordillera, al margen del continente y el reposo de su geología inquieta, al borde de revolución que volvió a conseguir el amparo de una vigilia anónima entre la noche y el día que se abrió como un nuevo lienzo, arrullado por las gaviotas revoloteando al amanecer.
Aquí dormí entre el plan y los cerros empinados, en el precipicio de escalinatas y ascensores que bajaban y subían con la fidelidad de bisabuelos hasta las alturas de La Sebastiana, que es todo lo que integra la naturaleza y la obra de su más digna voz, rodeada por los versos de amor que no se extinguían ante la apertura del mar.
Una nueva belleza se sentó a la mesa comunal que no fatigaba el tiempo, la mesa donde solían sentarse los amigos de un tío lejano, donde el roce de un hombro o un codo era sosiego y bondad, una mesa en el cerro donde todas las calles sabían la hora, las nueve en la terraza las once en la ventana y las cuatro donde dormía el perro.
Aquí dormí con el alivio de verte entre más desconocidos como una luna inesperada que aparece menguante a la medianoche, como la palta que destaca entre toda la luz verde de la selva, aquí donde todos los mil colores se extendieron al blanco margen del vaivén, entre sabana y antara en la orilla del cono.
