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La van gris

  • Foto del escritor: tenoch_barcelona
    tenoch_barcelona
  • 22 ago 2021
  • 4 Min. de lectura

Melissa aterrizó en San Antonio a las 4:30 de la tarde. Consiguió su maleta y un coche de alquiler, y se fue directo a la casa de Claudia, quien la estuvo esperando.


Claudia salió de inmediato y las dos se fueron luego luego a la casa de Rocío, quien las estuvo esperando.


Las tres amigas se abrazaron y se abrazaron y se abrazaron. Y de allí se fueron las tres a El Mirasol al norte de la ciudad en 1604.


¡Qué alegre reunión! No se habían visto en mucho tiempo.


Se sentaron afuera debajo de un techo que propiciaba una amplia sombra. Soplaba una lenta y refrescante brisa, la cual hizo el aire de julio muy agradable. No hubo ninguna prisa. ¡Por fin estaban juntas!


Le entraron a los refrescos y a las botanas. El tiempo se dilató en la plática. Un rato después, salieron los mariachis que subieron el nivel de todo. No tardó en oscurecer…


Por fin llegaron los platos fuertes. Mole Poblano, Enchiladas, Quesadillas, Fajitas, Frijoles Borrachos.


¡Qué rica cena y que movido era el ambiente!


Otro rato después llegaron los postres. Mientras tanto hablaron de todo… sobre la familia y las amigas y las colegas y la escuela y la pandemia y la distancia y el ambiente y la vida y de todo y de todo…


Hasta que por fin era tiempo de partir.


Todas se montaron al coche y fueron a dejar a Rocío en su casa. Eran las 11 de la noche cuando llegaron a su casa. Estaba vacía, ya que su familia había salido a una fiesta. Melissa y Claudia se despidieron de Rocío y las dos se fueron.


Entonces se dirigieron a la casa de Claudia. Ambas iban contentas, pero el cansancio del avión y de toda la emoción empezó a pegarle a Melissa. Quería dejar a Claudia en su casa, y de allí irse al hotel para rendirse a la cama y dejarse dormir.


El camino entre las dos casas era largo, y fue en la Huebner cuando apareció por primera vez la van gris.


Se acercó directamente detrás del coche de Melissa. Las luces de la van eran muy fuertes en el retrovisor, contrastadas con la oscuridad de la noche. A Melissa se le hizo difícil mantener el enfoque en la calle. No había otro tráfico, y no sabían qué hacer, sino seguirle dando.


La van les pitó, y de repente las cortó por delante.


— Deja que se vaya ese idiota, no hay que llevar tanta prisa — dijo Claudia alarmada por el suceso. Pero no se fue. Sin saber cómo, la van se volvió a meter directamente en el espacio detrás de su coche, pitando y pitando.


— Tú continúa manejando — dijo Claudia.


Llegaron a la 10 y luego a la 410. La van las siguió todo este tiempo, que para ellas parecía una eternidad. ¡Todo era muy escalofriante!


Por fin se salieron de la carretera y tomaron la Wetmore hacia el norte. La van tomó la misma salida y siguió detrás de ellas. Las dos tenían tanto miedo.


— Llama a la policía — dijo Melissa.


— ¿Y qué fregados le voy a decir a la policía? Tú nomas sigue dándole derecho todo derecho.


— Bueno, pero si la van nos sigue a tu calle no te voy a dejar en tu casa.


— Si la van nos sigue hasta mi calle, hay una estación de policía en la Jones Maltsberger. Podemos ir a estacionarnos allí.


Todo ese plan les parecía muy tenue mientras iban inundadas en las luces de la van. Entonces Claudia le habló por teléfono a su hijo, Cristóbal. Sin contarle todo, le pidió que saliera y que las esperara en frente de la casa.


Pero cuando voltearon para entrar al vecindario de Claudia la van ya no las siguió.


— Gracias a Dios, pero parece que ya se fue — dijo Claudia, recobrando un pequeño trozo de tranquilidad.


No tardaron en llegar a la casa, donde Cristóbal las estaba esperando, seguro como le pidieron. Melissa empezó a despedirse de Claudia, aliviada por estar en su casa, cuando súbitamente llegó alguien por la otra calle estacionándose en la esquina.


— ¡Allí está de nuevo! — exclamó Claudia.


— ¡Metense a la casa! — gritó Melissa.


Claudia no pudo abrir la puerta del coche de tanto que le temblaban las manos.


— ¡No te vamos a dejar sola Melissa! — chilló Claudia.


— ¡Cristóbal, métete al coche! — gritó Melissa sin porque.


Las dos se quedaron casi paralizadas al escuchar la voz de Cristóbal.


— La puerta se está abriendo, alguien viene… — declaró Cristóbal con calma. No supo nada.


Melissa y Claudia estaban a punto de perder la conciencia de todo el escenario.


— … Y es tu amiga Rocío — terminó Cristóbal con desmesurada calma.


— ¿Qué? — exclamaron las dos al unísono.


— ¡Ay! Claudia y Melissa, perdón… — llegó Rocío trotando, agradecida por haberlas alcanzado — … ¡Es que se me quedó el teléfono en tu coche!


— ¡Ay Rocío, eres tú!


— ¡… que barbaridad, ya casi nos diste un infarto…!


— ¡Es que no les pude llamar!


Cristóbal sonrió y se metió a la casa, regresando al sofá y la tele.


Encontraron el teléfono en el asiento de atrás, y ambas volvieron a despedirse de Rocío. Ya que ella se había ido, Claudia y Melissa se rieron a carcajadas de todo para calmar los nervios restantes.


Melissa se despidió de nuevo para por fin irse a dormir en el hotel, y con el último adiós Claudia abrió la puerta del coche para irse a dormir en su casa, sus manos aún temblando, ambas agotadas por lo que había pasado.


Fue entonces que llegó la van gris por la otra calle, estacionándose detrás del coche de Melissa… ¡Ya no era Rocío!

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