Fragmentos de Maine
- tenoch_barcelona

- 22 ago 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 24 ago 2021
Era un escenario que nació de la nada como un sueño o el cumplimiento de un deseo proveniente del otro lado del tiempo que decía, cómo quisiéramos volver a vivir un tiempo de pura gloria y grandeza juntos ante el bello mar, seguros en el desvanecimiento del encuentro y la salida ya prevista, el regreso al más allá de donde veníamos.
Era la intemperie que consistía en los senderos de leche chocolate, atrasados en tiempo y arrastrados hacia el oriente por la gravedad y la curva yacida ante el resplandor del lodo y el sol.
Era la insistencia del horizonte, que no dejaba ver el agua caerse oculto al otro lado desde aquí donde se iba escurriendo el tiempo otorgado y merecido, como la leche que pulía los senderos qué eran los relojes del sitio.
Era un deseo constatado por las olas sonoras de las gaviotas que llegaban a beber de la intemperie, que detuvo la claustrofobia de los eones a un lado por encima de la creciente que se extendía como ambos lados del abrazo.
Eran todas las olas aleatorias del mar, que pudieron haber sido desplazados como el inicio de todo el universo, entre fragmentos e infinidades hacia adelante o atrás sin cambiar el escenario, sin cambiar nada.
Los pies se movían tranquilos entre seco y mojado solían derivarse del libro como la piedra roja que era de la otra antigüedad y toda la geología que se ubicó al inicio de la fiesta que ahora iba en tiempo extendido, como los cuatro tercios del corazón que éramos envueltos en una esfera de amor y la belleza de los fragmentos que anticiparon todo.
E igual el escenario se volvió a guardar paulatinamente y seguro dentro del libro del todo para volverse a contar en otro sueño o deseo.


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